CIVILIZACIONES ANTIGUAS
Establecer los
siguientes puntos en las diapositivas:
1.
Ubicación geográfica
2. Organización
económica
3. Organización
social
4. Organización
política
5.
Manifestaciones culturales (arquitectura,
escultura, escritura, orfebrería, etc)
Material de apoyo (5 puntos)
Material impreso para compartir (4puntos)
Sustentación (6 puntos)
Responde a preguntas (3 puntos)
Tono de voz (2 puntos)
CIVILIZACION JAPONESA
El Japón naciente
fue testigo tanto de asentamientos arroceros rurales, fieles a una corte
centralista, como de la expansión de la antigua capital, Kyoto.
Las tierras que forman el actual archipiélago japonés han estado
habitadas al menos desde hace 20 000 años, e incluso quizás desde hace 30 0000.
Los mares poco profundos que separan Japón de la masa continental asiática aún
no estaban completamente formados cuando los primeros seres humanos se
asentaron en el lugar. Tras la llegada del hombre, sin embargo, subió el nivel
de las aguas y acabaron cubriendo los antiguos puentes de tierra que lo unían
con el continente.
Si los japoneses de hoy son o no descendientes de aquellos primeros pobladores
sigue siendo una cuestión controvertida. Hasta la década de 1960 no se
estudiaron los yacimientos arqueológicos del país de manera exhaustiva, motivo
por el cual aún no ha sido posible conocer la procedencia de los primeros
pobladores. Aun así, es comúnmente aceptada la teoría de que procedían de la
región septentrional del continente asiático, y que estas migraciones se
produjeron durante largos períodos de tiempo.
El período Jomon (h. 10000 – 300 a.C.)
El primer milenio
del Neolítico transcurrió a la par de un calentamiento climático global que
alcanzó su punto álgido entre los años 8000 y 4000 a.C. En Japón, esto
conllevó, por un lado, la subida del nivel del mar que cubrió los últimos
puentes de tierra firme que unían la isla con el continente asiático, y por
otro, el enriquecimiento de la fauna marina y la proliferación de nuevos
bosques. Éste fue el marco en el que floreció el período Jomon en sus primeras
etapas. Las primeras piezas de cerámica conocidas en Japón datan de 10000 a.C.,
y algunos expertos afirman que podrían ser las más antiguas del mundo.
A principios de
este período la población era, en su mayor parte, nómada y recolectora, y
ocupaba las regiones litorales. La abundancia en su dieta de pescado, bilvalvos
y mamíferos marinos dio pie a enormes montículos de caparazones de marisco, que
constituyen la primera fuente de información arqueológica sobre aquellas
gentes. También cazaban cérvidos y jabalíes, y disponían de herramientas
cortantes de piedra, así como piezas de alfarería cordada (de hecho, jomon
significa «hecho con cuerda»).
A mediados del período Jomon (h. 3500 a.C. – h. 2000 a.C.) los asentamientos se
desplazaron hacia el interior. En esa época, un descenso del nivel del mar pudo
haber diezmado la fauna marina, o aumentado la confianza en la agricultura como
fuente de alimentación, como parece deducirse de la abundancia de muelas,
tinajas con tapa y otros objetos relacionados con el cultivo. Esta etapa
intermedia tocó a su fin cuando las cosechas de las regiones interiores dejaron
de proporcionar suficiente alimento.
El período Jomon
tardío, que se inicia hacia 2000 a.C., se enmarca en el resurgir de la pesca en
la región costera del Pacífico.
El período Yayoi (h. 300 a.C. – 300 d.C.)
Este período, que
recibe su nombre en honor de un yacimiento arqueológico próximo a la
Universidad de Tokio, se caracteriza por una marcada transición cultural
impulsada por los movimientos migratorios procedentes de las regiones arroceras
del continente asiático.
Procedente de Corea y, con toda probabilidad, de Okinawa, la inmigración se
produjo a través del norte de Kyushu, desde hacia 300 a.C., y en menos de
seiscientos años las comunidades cazadoras-recolectoras de Japón derivaron
hacia una sociedad de pueblos sedentarios fundamentados sobre el cultivo de
arroz. El crecimiento de estos asentamientos autónomos, pero estrechamente
relacionados, fue tan rápido en Kyushu, la isla más septentrional del
archipiélago, y el oeste de Honshu, que, hacia el año 100 d.C., sólo el norte
de esta última isla y la de Hokkaido quedaron al marguen de esta nueva
escritura.
El período Kofun (h. 300 – 710)
La erección de
grandes túmulos funerarios de tierra y de piedra en algunas zonas costeras de
Kyushu y a lo largo de todo el litoral del mar Interior puso fin a la cultura
Yayoi. Decoraban estas tumbas figuras humanas y de animales hechas de arcilla
hueca, denominadas Haniwa, así como modelos de casas a escala que
representaban, posiblemente, las pertenencias de los dirigentes difuntos.
Se produjo un rápido desarrollo de las instituciones políticas y sociales: los
diversos núcleos de población se autodenominaban «países» o «reinos» y poseían
una jerarquía social característica, sujeta a la creciente influencia política
de la región de la llanura de Yamato, en la que hoy día se hallan Osaka y Nara.
La dinastía imperial, también denominada dinastía Yamato, se instituyó, caso
con toda seguridad, a partir de los clanes familiares (uji) más
poderosos que se formaron ya a finales del período Yayoi. El budismo entró en
Japón en el siglo XI a través de Corea, y aunque se afirma que con la escritura
llegó la religión, es probable que la escritura china precediera al budismo en
casi 100 o 150 años. En cualquier caso, la escritura permitió el acceso de la
nobleza a la religión, así como a los clásicos chinos y a las doctrinas de
sabios como Confucio. La alfabetización impulsó notables cambios políticos y
sociales.
El poder de uno de los clanes, el Soga, se vio acentuado por el control
exclusivo que ejercía sobre el tesoro imperial y las reservas de grano, así
como por su papel monopolista como mecenas de los nuevos conocimientos
procedentes del continente.
Su consolación como
potencia política se consumó con un nuevo monopolio: el de ser sólo las hijas
del clan Soga elegibles como consortes imperiales. Esto permitió a los miembros
de la familia copiar las posiciones clave en la corte. Las reformas promovidas
con la finalidad de robustecer el poder central cubrieron aspectos como la
estructura social, los sistemas económicos y legales, la distribución
territorial de las provincias, la administración general y la fiscalidad.
El período Nara
(710 – 794)
En el lugar donde
hoy se encuentra Nara, una emperatriz de inicios del siglo VIII erigió una
nueva capital, situada en el noroeste de la llanura de Yamato, a la que llamó
Heijo-kyo. Los aproximadamente cien años que siguieron a este hito (el período
Nara) presenciaron la completa consolidación del sistema centralista imperial,
basado en conceptos de origen chino (el sistema ritsuryo),
así como el florecimiento de la cultura y el arte.
Con la aplicación del sistema ritsuryo, el
gobierno imperial obtuvo un estricto control administrativo a través de una
poderosa consejería que reclamó como propiedad imperial toda la tierra dedicada
al cultivo del arroz. Esto llevó a una fuerte agravación fiscal sobre los
agricultores.
El período Heian (794 – 1185)
El capital volvió a
cambiar su ubicación en la última década del siglo VIII. La nueva ciudad se
erigió siguiendo los patrones urbanísticos chinos, como era habitual, y recibió
el nombre de Heian-kyo. Fue el núcleo alrededor del cual se desarrolló la
ciudad de Kioto, y su finalización, en 795, señaló el principio de los cuatro
siglos esplendorosos de vida del período Heian. Kioto fue la capital imperial
hasta 1868, cuando la corte se trasladó a la ciudad Edo, y ésta pasó a llamarse
Tokio.
El poderío del régimen centralista se prolongó durante varias décadas, pero a
finales del siglo IX el sistema ritsuryo empezó a desmoronarse. El sistema
burocrático permitía que los aristócratas y los señores de los templos más
importantes acumularan grandes propiedades (shoen),
y los agricultores, agobiados por los crecidos impuestos, huyeron hacia estos
territorios ventajosos en grandes oleadas.
La corte descuidó la atención de las provincias, propiciando el bandolerismo,
ya que los administradores regionales se preocupaban más de su enriquecimiento
personal que del restablecimiento del orden. Los terratenientes continuaron
acumulando poder y acabaron involucrándose en luchas políticas que pusieron un
drástico fin al período Heian.
El período Kamakura (1185 – 1333)
El vencedor en
estas trifulcas, Minamoto Yoritomo, recibió el título de shogun y estableció su
corte en Kamakura, lejos de Kioto y algo más al sur del lugar donde se alzaría
Edo. Allí erigió su cuartel general y una nueva estructura administrativa que
pretendía atraer bajo su mandato a los samurais. Estableció su dominio sobre el
país mediante el control de la justicia, la sucesión del trono imperial y el
ejército.
Yorimoto convenció al emperador de que le permitiera designar cargos militares
provinciales, como los shugo (gobernadores militares) y los jito (senescales), que se encargaban de
recaudar los impuestos y gestionar las tierras. Ambos estamentos respondían
directamente ante el shogun, por
lo que se creó un sistema gubernativo basado en la preponderancia de la clase
militar, distante de capital, así como en el vasallaje y la dependencia. Se
trataba de un régimen no muy diferente del de la Europa medieval y que puede
considerarse completamente feudal: el shogunato, o bakufu.
Como consecuencia, la corte imperial quedó marginada y desatendida: permaneció
activa pero muy debilitada. Hasta 1968, cuando el emperador volvió a recuperar
el poder, desempeñó una función de carácter ritual y simbólico.
Aunque el período Kamakura fue más o menos breve, los acontecimientos que en él
tuvieron lugar afectaron con profundidad al desarrollo del país: un avance
revolucionario de las técnicas agrícolas permitió el aumento de la producción
alimentaría, con el consiguiente crecimiento económico y la población. La
sedentarización y el comercio propiciaron la aparición de mercados locales y un
sistema monetario que incentivó nuevos contactos con China en el ámbito
privado. Algunos grandes dirigentes abrazaron el budismo e invitaron a que
siguieran su ejemplo tanto a la clase samurai como al pueblo llano, por lo que
esta religión dejó de ser una confesión aristocrática y ganó nuevos adeptos.
Sin embargo, la complejidad del sistema gubernativo civil llevó al sistema de
gobernadores y senescales al colapso. A esto hubo que añadir el desgaste
producido por la defensa del país ante las dos invasiones mongolas, en 1274 y
1281, fracasadas en parte debido a la fortuita aparición de tifones, que
destruyeron la flota invasora.
El período
Muromachi (1333 – 1568)
El shogun Ashikaga
Takauji devolvió a Kioto la capitalidad y llevó al shogunato a eclipsar todo
residuo de poder político o económico que la corte imperial pudiera haber
conservado. A su vez, a Ashikaga, según la ancestral tendencia característica
de todo vencedor, se le subió a la cabeza el sentido aristocrático y se entregó
al mecenazgo cultural y a las relaciones sociales, a la manera de la antigua
nobleza. El período Muromachi recibe su nombre en honor del lugar de Kioto en
el que un shogun posterior de la dinastía Ashikaga (Yoshimitsu) erigió su
residencia, en el momento en que el poder del shogunato de los Ashikaga
alcanzaba su máximo esplendor: Yoshimitsu desempeñó un activo papel en la
política de palacio y brilló por sus méritos militares.
En suma, el período
Muromachi introdujo los cambios básicos que asegurarían la estabilidad y el
crecimiento económico de la siguiente era: el período Edo. Mejoró la agricultura,
se introdujeron el regadío y nuevos cultivos, y aumentó la agricultura de
carácter comercial. Aparecieron gremios de artesanos especializados, se
expandió la economía monetaria y, lo que es más importante, la mayoría de los
pueblos y ciudades crecieron y, con ellos, se desarrollaron nuevas clases
sociales comerciantes y dedicadas a los servicios.
Tras el asesinato
de uno de los shoguns Ashikaga, en 1441, empezó el declive del shogunato: la
ruptura de los gobernadores militares de las provincias generó una década de
guerras e inquietud generalizada que erosionó la autoridad central y
resquebrajó la estructura social, preludio de la Era de los Estados Guerreros
(un siglo de luchas que abarcó desde 1467 hasta 1568).
La descentralización que se produjo durante esta época consolidó una figura de
carácter plenamente feudal: la de los daimios, señores que adquirían su rango
por derecho de conquista y por una supremacía militar. Durante esta centuria de
guerra, dominada por la ética de la expansión por la fuerza de las armas, no es
sorprendente que los líderes más hábiles y con más amplias miras soñaran con la
idea de unificar el país.
El período Momoyama (1568 – 1600)
Este breve período
histórico no deja de ser, en cierto modo, un artificio historiográfico, ya que
más bien se trata de la culminación natural del período Muromachi. Sin embargo,
la convención de dado el nombre del período Momoyama al protagonizarlo por el
fin, en 1573, del shogunato Ashikaga, así como por la invasión de Kioto por Oda
Nobunaga (1534 – 1582), el primero de los tres grandes líderes que intentaron
reunificar el país. Los otros dos fueron Toyotomi Hideyoshi (1536 – 1598) y
Tokugawa Ieyasu (1542 – 1616).
Nobunaga conquistó
las provincias cercanas a su tierra natal de una manera metódica, eliminó a sus
rivales con su habitual eficacia militar y, a pesar de ser famoso por arrasar
los templos de las sectas más beligerantes de los alrededores de Kioto,
mostraba cierta «debilidad» por la cultura. Consiguió someter la tercera parte
del país, aunque fue asesinado a traición por un general en 1582.
Hideyashi, cabeza del Estado Mayor de Nobunaga, ajustició al asesino de su
señor y se autoproclamó su sucesor. Recurriendo a su gran talento militar y a
sus dotes políticas, así como a sus no pequeñas riquezas, emprendió con osadía
la reunificación del país.
Hacia 1590, casi todos los territorios de Japón se encontraban bajo su
autoridad, de manera directa o indirecta, pero su gobierno adolecía de falta de
centralización, disperso en una compleja red de relaciones feudales, y su
control del país, basado en efímeros juramentos de fidelidad, era, en mejor de
los casos, poco sólido. Aun así, consiguió imponer grandes reformas, como la
que quizás tuviera consecuencias más perdurables en la historia de Japón: la
«cacería de las espadas», una ley según la cual sólo los samurais podían poseer
estas armas. Incluso hoy día, la legislación japonesa sobre la posesión de
armas, sean blancas, de fuego o de cualquier otro tipo, es muy estricta. Se
introdujo también una jerarquía de clases sociales, de manera que, en algunas
regiones, numerosos terratenientes tuvieron que enfrentarse a una dura
decisión: la de declararse samurais y, así, verse sujetos a los rigores de la
vida guerrera, o bien, permanecer entre la clase civil y rendir vasallaje a los
samurais.
Hideyoshi intentó invadir Corea en dos ocasiones, en 1592 y 1597, con el
objetivo de atacar a China después, pero su muerte en 1598 puso punto final a
su megalomanía.
Durante estas tres décadas se alcanzaron notables logros culturales y, a pesar
de que el país todavía se encontraba sumido en una gran ebullición política, se
produjeron magníficos tejidos, pinturas y cerámicas
MANIFESTACIONES CULTURALES
Escritura: No se conservan testimonios de una escritura autóctona japonesa. El japonés era, pues, una lengua sin escritura o ágrafa hasta la llegada de los ideogramas chinos, los kanji, cuya introducción no se documenta hasta en el año 538.
Religión: La Edad Antigua puede ser considerada como una era de cultura budista. Aunque las influencias culturales del Continente ya se habían abierto camino en el Japón durante el período anterior, fue durante este período que la cultura continental iba realmente a florecer en el Japón como consecuencia de la introducción del budismo. Los resultados, en términos de arquitectura, escultura y pintura budistas, fueron lo suficientemente prodigiosos para justificar que se llame a este período la edad de oro del arte budista.